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lunes, julio 23, 2007

Un colegio sin exámenes

El Planeta Colorido es el más cercano al Sol. Su esfera está surcada por manchas verdes, azules y violetas. Ni se derrite ni se deforma por el calor. "Y no gira", explica Samuel, su descubridor. Este inventor de objetos celestes, que apenas levanta metro y medio del suelo, tiene seis años. Con un palo en una mano y la otra llena de tierra y pintura, participa del ajetreo del día. El pasado miércoles la explanada del colegio Trabenco, en el municipio madrileño de Leganés, era un ir y venir de niños con cartones, pinturas, globos y pegatinas... Les quedaban apenas horas para terminar un planetario que han construido entre los alumnos de los campamentos de verano como proyecto de la semana.

Trabenco, con 191 alumnos de 3 a 12 años, es uno más de los centros escolares que continúan abiertos en julio para actividades extraescolares. Pero en muchos aspectos es único. En este colegio, abierto hace 35 años, no se aprende con libros de texto fijos ni se somete a los estudiantes a exámenes. Los niños fabrican sus propios libros, tesis escritas a lápiz, con dibujos y fotografías sobre la vida, la antigua Roma, el cuerpo humano... o cualquier tema que sugieran los estudiantes. Es el único centro, según la Consejería de Educación, que no se presentó al examen obligatorio que convocó el pasado 29 de mayo la Comunidad de Madrid. Participaron los 56.000 alumnos de sexto de primaria de la región. Su nombre oficial es Prueba de Destrezas y Conocimientos Indispensables. Educación realizó el examen para "conocer el nivel de los escolares madrileños antes de empezar la secundaria". Tres de cada diez alumnos suspendieron.

En Trabenco le quitan importancia. "No nos sirve una prueba que sólo se fija en los contenidos; aquí la evaluación es continua y no queremos hacer un ranking", asegura la directora del centro, Amaia Urriz, que también es madre de antiguos alumnos. Pero aclara rápido que los profesores no la rechazaron. La ley obliga. "Lo decidieron los padres", asegura. "Ningún alumno de sexto acudió ese día a clase".

Todas las aulas de Trabenco tienen un espacio libre para celebrar asambleas. Cada lunes empiezan la semana con una para decidir entre todos los contenidos. Y el viernes cierran con otra en la que los escolares reflexionan sobre la marcha de los proyectos. "Ellos mismos se dan cuenta de si lo han hecho bien o mal, de qué ha fallado; eso es importante", añade Urriz.

Las clases arrancan con media hora de lectura; cada alumno elige su libro. El sábado dos de junio trasladaron la lectura al parque del Retiro para protestar contra la Consejería de Educación. Sostienen que la Comunidad de Madrid pretendía cambiar a los profesores y eliminar la media hora de lectura de las mañanas, según explicó Jesús Ramé, padre y ex alumno. "No les gustó que rechazáramos la prueba de sexto, pero ahora hemos vuelto a la negociación y parece que en septiembre nos dejarán en paz". Un portavoz de la Consejería de Educación confirmó que el centro y Educación están en conversaciones "desde hace una semana", y destacó "la voluntad de ayudar y la buena sintonía" entre las partes. Pero "por el momento no se ha cerrado ningún acuerdo", añade. Se verá el curso que viene.

En verano las aulas permanecen cerradas y recogidas. Las sillas apiladas sobre los pupitres, los suelos barridos y despejados, los murales sin dibujos. Decenas de libros se apilan en las estanterías. Los llevan los padres, los profesores, los propios alumnos. Entre ellos, hay libros de texto de diferentes editoriales. "¿Ves? No es que no tengamos libros de texto, es que no usamos sólo libros de texto", añade Ramé. La directora enseña con especial orgullo los ejemplares fabricados por los alumnos, como uno sobre Roma que elaboraron el pasado curso los chicos de seis años. Se organizaron en grupos de tres para investigar cómo vivían, qué comían, cuáles eran sus ropas. El resultado es un trabajo encuadernado con anillas de unas cincuenta páginas. Incluye fotos de los participantes superpuestas sobre dibujos de túnicas y botas con cordones. Cada niño se llevará una copia a casa. El original se queda en el centro. "Les sirve de guía de consulta para ahondar en el tema o para años posteriores", explica Urriz.

En julio, la actividad se traslada al patio. Las mesas, las sillas, los monitores y los niños que participan en los campamentos -a los que también acuden alumnos de otros centros- se sitúan estratégicamente en los lugares con sombra. Trabenco quiere dar sensación de recreo. "Ellos también necesitan descansar", explica la directora. Y se consigue.

Un grupo de alumnos y alumnas de 11 años colocan los cartones del planetario, con cartulinas ya coloreadas y plagadas de estrellas. Cuentan que no están "exactamente" en clase. "Es una mezcla de cole y vacaciones, y está guay", señala una. "No se trata sólo de saber y saber; vamos, que no es aburrido", reflexiona otra.

A un lado del patio quedan aún restos del proyecto arqueológico para estudiar a los íberos. Durante semanas, los chicos enterraron y desenterraron falsos vestigios para aprender de otras civilizaciones. En una esquina, casi escondido, el huerto, con berenjenas, cebollas, tomates y otras hortalizas. "Cuando las recogemos, vienen los padres y hacen una paella para todos", explica una estudiante.

La participación y entrada de padres es otro de los pilares de Trabenco, donde las puertas nunca están cerradas. Ellos colaboran en las excursiones, en las explicaciones diarias, en la elección de temas y en la elaboración de material. En la tarde del miércoles, los familiares tenían una cita con sus hijos para ver el planetario, un iglú de unos dos metros de alto fabricado sobre una estructura de cilindros cubierta con cartones coloreados. Faltan algunos retoques. Como pegar el pasillo de paredes negras que custodian algunos alumnos y que tiene forma de laberinto.

Casi es la hora de comer, y las monitoras del comedor pelan melocotones y manzanas para el postre y ponen los platos. La alimentación es otro aspecto importante en Trabenco. "Aquí está prohibido traer bollicaos", añade la directora. En la clase para niños de tres años, cada alumno lleva un día la fruta para que desayunen todos. "Es una buena forma para que aprendan a comer bien, a calcular cantidades y a compartir", explica la directora.

Antes de sentarse a la mesa, surge una preocupación. "¿Qué va a pasar con el planetario? ¿dónde lo vamos a poner?", preguntan los chicos. Un monitor teme que se estropee con la lluvia o que alguien entre a quemar los cartones. Uno de los niños se abraza a la rodilla de la directora, que zanja la cuestión: "Lo disfrutaremos hoy y luego ya veremos; lo importante es el trabajo que hemos hecho y lo que hemos aprendido".

Fuente: El Pais (España).